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miércoles, 1 de octubre de 2008

Carta de "Chalo" del 29 de septiembre de 2008

(El texto del compañero ha sido respetado íntegramente.)

De violencia, “autoridades” universitarias y “comunidades” estudiantiles. Sobre los ataques del 12 de septiembre.

Los últimos días de agosto, precisamente a partir del 22, la situación de la Facultad adquirió un tinte ya vagamente enrarecido. Algunos de los ocupantes del Auditorio Che Guevara cerraron el circuito universitario al tránsito vehicular en los dos sentidos, con motivo de la sentencia de 112 años de prisión dictada a los presos políticos del Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra, por los hechos de hace tres años en San Salvador Atenco.
Para dos de las generaciones que estudian hoy en nuestra facultad, los acontecimientos de Atenco quizá no les dicen mucho de lo que ahora es su entorno estudiantil universitario. A raíz de esos trágicos hechos, en los que fueron asesinados dos menores de edad y fueron violadas y humilladas sexualmente por la policía (municipal, estatal y federal) treinta mujeres, la facultad vivió una particular y agitada coyuntura política. Ésta culminó con un paro estudiantil votado en una asamblea multitudinaria en el mismo Auditorio Che Guevara, y finalmente con un anti-paro (formalmente denominado jornada de 24 horas de clases), organizado por un sector estudiantil de derecha, lamentablemente auspiciado por algunos estudiantes simpatizantes del zapatismo. Esta coyuntura estuvo caracterizada por la polarización del estudiantado: por un lado, una izquierda estudiantil cuyo núcleo fueron los activistas y que consiguieron aglutinar en su frente a un considerable porcentaje de los estudiantes de la facultad, que votó el mencionado paro en el Che Guevara; por el otro, no una derecha, sino una suerte de “pasividad militante”, que aglutinó en torno a sí a algunos activistas que defendían el derecho de los estudiantes a no hacer nada, así como la consigna de luchar por medios distintos al paro, que no afectaran a los militantes de la pasividad.
Ahora bien, el 22 de agosto del presente los ocupas del Che cerraron el circuito, el fundamento de su acción fue, según escuché de boca de uno de ellos, el de generar por lo menos la discusión en torno a las absurdas condenas de los atenquenses, el de romper la ambivalencia cotidiana con la que los universitarios recibían la noticia. No lograron su objetivo, que por lo demás me parece justo, y su acción resultó contraproducente. A partir de ese día, y durante el resto de la semana, la entrada de la Facultad que da a la fuente de la Biblioteca Samuel Ramos permaneció cerrada, custodiada permanentemente por personal de vigilancia, con el argumento de que no habían las condiciones de seguridad necesarias para abrir dicho acceso. Cabe mencionar que a los administrativos y a los profesores se les permitía la entrada, no sé si a los trabajadores también. Ninguna queja de los estudiantes por este cierre se hizo pública, no sé si haya habido; las quejas por el cierre del circuito efectuado por la gente del Che fueron muchas, este terminó el 25 de agosto.
El 12 de septiembre, como sabrán, un contingente de unos trescientos porros atacó con lujo de violencia las inmediaciones de la Facultad y del Auditorio Che Guevara. Un bocho del Auxilio UNAM que se hallaba en el estacionamiento, al ver llegar al contingente a la puerta de la Biblioteca Central, se echó en reversa a toda velocidad hacia la salida del circuito, sin cuidar si había algún peatón en su camino, que por suerte no fue el caso. Era la única unidad de vigilancia en aquel momento. No había dispositivo de seguridad alguno, ni siquiera el de todos los viernes; los estudiantes se hallaban solos, y solos se defendieron del ataque. Este había sido anunciado en La Jornada dos días antes, la quema del burro se había hecho el miércoles en la Prepa 7, y media Ciudad Universitaria se hallaba tapizada con propaganda de los grupos porriles invitando a participar en el “evento”. Ni Ambrosio Velasco, ni los funcionarios de la Biblioteca Central, ni José Narro, hicieron nada para parar o para disminuir los efectos del ataque.
El 19 de septiembre, durante el ridículo simulacro de sismo que acompaña anualmente esta fecha, nuestro director pronunció un breve discurso ante los estudiantes cuyo tema fue la seguridad.
Lo peor de todo esto es que, a la fecha, los estudiantes de la facultad no han condenado tal negligencia y tal indiferencia hacia su seguridad, mostradas por quienes se hacen llamar autoridades. Las asambleas estudiantiles realizadas hasta el momento (en una de las cuales, la más concurrida, participaron como oradores sobre todo activistas de otras facultades y escuelas), se han limitado a exigir expulsiones y detenciones de los porros implicados y la disolución de sus organizaciones, al tiempo que se han dado a la tarea de articular frentes contra el porrismo en los que, hay que decirlo, la participación de estudiantes de nuestra facultad es mínima.
Fuera de la efectividad que estas medidas pueden o no tener, lo importante es la ausencia de todo reclamo interno por parte de los estudiantes. A ellos, los activistas los han denominado inocentemente “comunidad estudiantil”. Yo entiendo comunidad como una articulación orgánica de individuos que, aunque pueden tener intereses personales muy distintos entre sí, los aglutina un sentimiento de pertenencia colectiva, basado este en el trabajo cotidiano que los miembros realizan. Este trabajo tiende a servir a todos los miembros, y no a ninguno ni a ningún sector en particular, y es esto lo que hace al grupo una comunidad.
A partir de la coyuntura de Atenco, comenzó a verse en nuestra Facultad que a nadie le importa si el trabajo de los demás le beneficia, ni si su trabajo tiene algo que ver con el de los demás, y esto es más cierto en lo que atañe a los estudiantes. Lo que importa, en todo caso, es que la labor personal prospere, para obtener una beca, para salir rápido de la Facultad, para tener un pase a una institución de prestigio. Es trágico que esta actitud no sólo nos aísla de los demás estudiantes, sino también de los horizontes que nuestras disciplinas pueden alcanzar, porque, si los hechos de Atenco no tienen que ver con la Historia, con la Filosofía, con el Latinoamericanismo, con la Pedagogía, entonces ¿qué planeta estudian esas disciplinas en nuestra escuela? Resulta además que las diferencias existentes entre estas disciplinas, lejos de separarnos y de aislarnos deberían de unirnos como comunidad, pero no ha sido el caso.
La actitud de nuestras autoridades es reveladora al respecto. ¿Cuántos encuentros, simposios, mesas redondas, encaminados a que los estudiantes expongamos frente a nuestros compañeros nuestros trabajos y nuestros intereses, no ya interdisciplinarios, sino aunque sea por colegios, han promovido en los últimos tres años? Creo que la cifra no es siquiera pequeña. Los resultados son a todas luces negativos: lo que atañe a uno no le atañe a nadie más, y lo que atañe a todos no es interiorizado por nadie en su individualidad. No hay comunidad que responda como tal a la agresión, ni que sepa, como tal, impugnar ante sus autoridades su conducta. Los activistas no hacen nada para articularla, sus intereses parecen ser otros. Los hechos del 12 de septiembre ameritan, como mínimo, la destitución de los responsables de no haber implementado dispositivo de seguridad alguno ante una amenaza tan cantada. Pero seguirán en sus cargos sin ser molestados, ni por los estudiantes comunes ni por los activistas. Si su comportamiento premeditado fue tal, lo fue porque saben perfectamente que ninguna comunidad se referirá a ellos como responsables, porque ellos mismos han promovido ese estado de cosas.
La ausencia de una comunidad estudiantil, promovida por las autoridades, resulta determinante en el desarrollo de los acontecimientos y en sus consecuencias. La pública rendición de cuentas por parte de estas últimas es indispensable para el juicio que los estudiantes deben hacerles por su nefasta conducta, pero en tanto estos no estén articulados como una comunidad, la impunidad seguirá consagrando la violencia.

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